Con una imagen sencilla y clara, comparó la virtud de la humildad con el perfume de una rosa: “Podemos ver un ramo hermoso, pero si no tiene aroma, descubrimos que es artificial”. Del mismo modo, una vida que aparenta fe y servicio, pero carece de humildad, pierde su verdadero sentido.
El prelado recordó las palabras de Santa Teresa de Jesús: “Humildad es andar en verdad”, señalando que esta virtud no consiste en sentirse menos ni en despreciarse, sino en reconocerse tal como se es: con luces y sombras, fortalezas y debilidades.
“La hu
mildad —dijo— no busca ponerse por encima de los demás, pero tampoco se aplasta a sí misma. Es saberse dotado de dones para servir, reconociendo al mismo tiempo las limitaciones propias de nuestra condición humana”.

Asimismo, advirtió que la verdadera humildad no persigue aplausos ni reconocimientos, sino que se manifiesta en el servicio sincero a Dios y al prójimo. Para ilustrarlo, evocó la enseñanza evangélica de Jesús sobre invitar a la mesa a quienes no tienen cómo devolver el favor, como símbolo del amor gratuito y desinteresado.
Concluyó recordando que Cristo mismo nos muestra el camino de la humildad, no para ocupar los primeros lugares, sino para enseñar que la grandeza se encuentra en servir y amar a Dios en cada hermano.
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