Hoy, en ocasión del 64 aniversario del ajusticiamiento del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina y del 58 aniversario de la muerte del coronel Jonny Abbes García, me permito hacer la siguiente reflexión histórica.
El 30 de mayo de 1967, seis años exactos después del ajusticiamiento de su líder, fue asesinado en Puerto Príncipe, Haití, Jonny Abbes García, uno de los más leales, temidos y emblemáticos hombres del régimen trujillista. La fecha no pasa desapercibida. ¿Coincidencia o ajuste simbólico? ¿Casualidad del destino o mensaje político?
Jonny Abbes no fue un funcionario común. Fue el arquitecto del aparato de espionaje y represión más cruel y eficiente de la dictadura trujillista. Desde la jefatura del temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM), organizó persecuciones, torturas, asesinatos y acciones encubiertas dentro y fuera del país. Su figura está irremediablemente asociada al terror, al silencio impuesto por la fuerza y a la traición como método de control político.
Tras la muerte de Trujillo, se exilió y se mantuvo vinculado a círculos oscuros del poder hasta su asesinato en Haití en circunstancias aún no esclarecidas. Algunos lo atribuyen a ajustes de cuentas, otros a traiciones internas o incluso a maniobras geopolíticas silenciosas. Lo cierto es que su muerte, en la misma fecha en que fue ajusticiado su jefe, añade un elemento simbólico que la historia aún no termina de explicar.
Pero el contraste más llamativo no es solo en su final, sino en el juicio social que la historia les ha reservado.
En el caso de Jonny Abbes García, la sociedad dominicana ha sido unánime en su repudio. No hay defensores públicos de su figura. Es símbolo de lo que no debe repetirse. Su nombre evoca miedo, crueldad y traición. Su muerte fue recibida con indiferencia o alivio. Su legado es de vergüenza y condena total.
Trujillo, en cambio, sigue dividiendo al país. A 64 años de su eliminación física, hay quienes lo veneran como un símbolo de “orden y autoridad”, ignorando o justificando los crímenes atroces de su régimen. Otros, con plena razón histórica, lo rechazan por ser uno de los dictadores más sangrientos de América Latina. Esa división dice mucho de nuestras heridas abiertas, de una sociedad que aún no termina de romper con el autoritarismo.
Aún más alarmante es constatar que instituciones como la Policía Nacional, a 64 años de la caída del trujillato, siguen operando bajo lógicas represivas, corruptas y jerárquicas similares a las instauradas por Trujillo y perfeccionadas por Abbes. En vez de una transformación profunda, hemos visto una continuidad peligrosa. Es justo decir que esa institución, como otras, no ha sido des-trujillizada ni des-abbeizada. En algunos aspectos, está igual… o peor.
El legado de estos dos hombres no debe ser olvidado, pero sí superado. Recordar no es glorificar. Es advertir. Es entender que el autoritarismo, cuando no se desmonta del todo, muta, se esconde y sigue operando bajo otras caras, otros nombres… pero con la misma lógica perversa.
Luis Rosario
#LR
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